28.2.06

Lunes municipal.

Empezó el día en la municipalidad. Un alboroto en la entrada me decía que no iba a ser fácil ni a durar poco mi visita. Penúltimo día para pagar impuesto a la renta y arbitrios y nadie quería respetar cola -¿quién quiere en realidad?-. Rodeado de señoras por encima de los 60, hice la cola y, con harta paciencia, esperé. De 11 a.m. a 1 p.m. Media vida. Pero mientras duró la espera, observar la dinámica de la masa humana es toda una experiencia.

Hay gente que, por ejemplo, hace la cola sin saber bien para qué es. Si es para pagar, para hacer consulta, para entrar simplemente. Esta gente es la que reacciona cuando ya es tarde, cuando ya se pasó más de una hora en la cola.

Están los que conocen a alguien dentro de la muni y, a gritos, los llaman cuando los ven pasar para que les hagan un favorcito chiquito, zurrándonse en la treintena que se solea de lo más rico.

Están los que alborotan el gallinero con expresiones medio revolucionarias y con denuncia: el alcalde pues, todo se lo lleva él; que entre Humala y van a ver; nunca la municipalidad ha hecho algo, nada ha hecho; etc.

Y están aquellos que protestan por la cola. Ya sabemos pues, lo dije arriba, que a nadie le gusta hacer cola y que el deporte nacional es no respetar, lo que implica que, en una cola, aparezcan los colones. Pues había una señora a la que no se le escapaba ningún colón. Los protestaba a todos, incluso a quienes no se querían colar sino nada más hacer una pregunta al serenazgo que resguardaba el orden de la fila. No se le escapó tampoco la tía que estaba detrás suyo, que se había hecho su amiga cuando la cola aún estaba lejos de la entrada y a la que presionó infinidad de veces cuando ésta se acercó hasta casi la entrada para que una asesora municipal le dijera si estaba bien lo que iba a presentar. Cierto es también que la tía aprovechó el pánico para insertarse caleta unos puestos más allá de donde originalmente estaba, que se hacía la loca cada vez que escuchaba las protestas indirectas de la señora defensora de sus derechos, que no se movía de donde estaba porque, aparentemente, esperaba que la asesora volviera para que le terminara de explicar; en suma, cierto es pues que se estaba colando. Pero, pienso, la defensora se pudo haber ahorrado toda su saliva si es que tan sólo se acercaba donde su "nueva amiga" y le decía cara a cara que, por favor, regresase a su lugar si es que ya no tenía nada más que hacer allí. Su modus operandi se basaba en frases como señora, hey, ¿ése era su sitio?, ¿no estaba usted atrás?, -codito a la del costado- oiga, qué viva ¿no?, hay que decirle que no se pase, -otro codito- oiga, dígale al señor que no le dé sitio porque ese no es su sitio, que no se ponga detrás de ella, qué viva ¿no?, ¡serenazgo, oiga, dígale a la señora que regrese a su sitio, que no se cuele!, ¡¡a la cola!! y así. Al final, logró su cometido e hizo que la tía colona reaccionara y, luego de "acordarse" que ese no era su lugar, retrocediese. Lo cómico fue que, cuando la colono volvió detrás de la defensora, ésta le preguntó ¿y qué tal te fue?

La hipocresía es otro deporte nacional.