25.9.07

Un cuento que tiembla

No es original escribir sobre un fenómeno natural, ya sea usándolo de pretexto o como centro del argumento. Menos aún utilizando uno que está fresco en la memoria, y que originó tanto dolor. Se me ocurrió simplemente y le estuve dando algunas vueltas hasta que quedó un borrador casi final. No le llamo definitivo porque aún no le pongo título -en mi máquina se titula nuevo 3. Y se me ocurrió también colocarlo en el blog para ver si es que alguien se anima a leerlo, opinar o, si los inspira, ponerle título. Es corto. Ojalá lo leas... y opines.


NUEVO 3

Fue la lámpara que colgaba del techo de la sala lo que hizo desviar su atención. El cable, de unos diez centímetros, se balanceaba suavemente. Se mecía.

No me estarás mintiendo, ¿verdad?. Ella se lo dijo disimulando un poco el temblor inoportuno de sus labios resecos, cuarteados por el sol de la mañana. Había recorrido todo el centro comercial, tienda por tienda, buscando no sabía qué. Quizás nada. Compró un par de zapatos muy parecidos a unos que ya tenía. Los vio en la vitrina y supo al momento que los necesitaba. Realmente muy parecidos, casi los mismos. Ni siquiera se los probó. Vio la talla y los pagó. Fue lo único que compró.

Ella le pidió que observara lo que pasaba. Pero antes de que él llegara a soltarla del todo, antes de lograr girar el cuerpo para ver la lámpara, la ventana a su lado empezó a vibrar, a sacudirse dentro de su marco.

Parecía una excusa tonta la que le había escuchado. Ella tenía una teoría: las invensiones, cuando involucran sentimientos, se pueden detectar. Las historias poco sólidas le generaban, de inmediato, pequeños calambres en el pecho. Y nunca fallaba. Este caso no era exactamente de aquellos, pero se sentía inquieta. Él reía. Se había explicado no hace mucho y, a simple vista, tenía la apariencia de quien está seguro de haber aprobado un difícil examen. Pero ella le conocía la sonrisa, y no le gustaba. No era un gesto de diversión. Y lo peor de todo era que le hacía dudar. Además, y esto sí era lo peor, le había visto demasiadas veces seguidas esa mueca en los labios en los últimos dos años.

Luego, fue sencillo entender lo que sucedía, pues el piso, la refrigeradora, los adornos, todo se tambaleaba, se sacudía, crujía.

Cholita -dijo él acercándosele y tomándola de la cintura, susurrando las palabras-, por favor. Ella le miró a los ojos. No se había definido la sensación en su pecho y empezaba a creerse exageradamente fiscalizadora. Una “caza problemas inexistentes” como le decía él todo el tiempo. La indignaba escuchar eso, pero quizás tenía razón. Confiaba demasiado en sus instintos, en ocasiones dando la contra a cualquier prueba material, generándose así un conflicto que la torturaba. Atenazada entre sus brazos, se dedicó entonces a respirar su aroma, y todo se vio, de pronto, en un color distinto al gris que había estado amenazando. Algunos segundos después, empezó a abandonarse en él.

Cayeron el frasco largo para los fideos que descansaba sobre la refrigeradora y el florero con la cucarda de plástico en la repisa del baño. Reventaron ambos sobre el suelo. Los discos apilados se esparcieron sobre el piso de la sala, llegando hasta el pasadizo. Ella tuvo el impulso de abrazarlo pero él se dio media vuelta rebuscándose los bolsillos del jean. Una vez con las llaves, se abalanzó sobre la puerta del departamento y le gritó a ella apúrate. Desapareció de su vista. Ella se acercó a la puerta tratando de pisar firme, paso a paso, pero se detuvo bajo el umbral. Desde allí, estirándose hacia la escalera, lo vio saltar los escalones del último tramo y, luego de dar dos pasos más y mirar tras la ventana del pasadizo, lo vio alcanzar la reja eléctrica, luchar para desatascarla y pisar la vereda, la pista, el espacio abierto.

Él, a buena distancia, volteó a mirar el edificio que parecía de hule por la manera en que se movía. No podía ver la puerta del departamento en el tercer piso. No podía ver que ella lo veía con claridad.

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17.9.07

El cuerpo a veces fastidia. Ya antes he comentado cosas aquí sobre mi cuerpo. Cómo duelen las piernas o la forma en que mi corazón, a veces, pierde el ritmo. A eso tengo que sumar los dolores de espalda, más que frecuentes, o los hincones que trastornan mi oído -gracias audífonos-. Es por eso que, creo, hay ratos en los que creo me quiero salir de él.

Es una sensación de descontrol. Tengo que mover las piernas como tratando de erguirme, o reacomodar los huesos del cuello o la cabeza con movimientos bruscos, abrir y cerrar la mandíbula, todo para evitar irme. La piel es más sensible. Algo me abruma y sube. No se me acelera el corazón, no me duele nada, pero caigo en un estado de pánico que, con justeza, logro mantener a raya y apaciguar de a pocos.

Irme. No sé si tenga que ver con morir, pero debe ser algo así. De mi cuerpo trato de salir, es la única conclusión a la que puedo llegar. El último sábado me sentí así por varias horas. Creí que no iba a poder salir de ese estado, pero todo pasó al anochecer.

Aún no me quiero ir.

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13.9.07

Chifa, te encantalá.

Estoy repleto. He tragado chifa como cerdo, y se suponía que hoy no iba a comer nada porque vengo de estar afectado del estómago hace días. Pero como era ocasión especial, atraqué. No porque se tratara de un día 13 -he escrito aquí antes, creo, acerca de mi relación con ese número-, sino porque tuvimos visita en casa y se nos ocurrió chifa. Si se trata de elegir, antes que chifa siempre pienso en cualquier otra cosa, pero esta vez ganó la comida china-peruana.


Qué feo párrafo. Escribir sobre lo que acabo de comer creo que es el punto más bajo de mi falta de inspiración. Tengo más para los post de la pichanga dominguera que para comentar algo de mi vida. Triste. Sueño. Casi 20 para las 12. Deprimente el panorama. No tanto como esta foto, pero algo de pena tiene.




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8.9.07

Crónica de mitad de semana

4.9.07

Hace días que no tengo ganas de escribir.

No sé qué escribir aquí.

No encuentro el tema.

No encuentro la anécdota.

Pasan cosas, pero no puedo transformarlas en palabras.

Mudo estoy.

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