2.5.06

La misteriosa desaparición de mi revista

El día sábado recogí el periódico a las 8 de la mañana. Casi siempre lo recojo a la misma hora. Lo recibo los días martes, jueves, sábado y domingo. El repartidor lo tira tras las rejas del edificio con un papel donde está anotado mi nombre y el número de departamento. Yo estoy en cuarto piso.

Lo recogí y noté que el diario tenía un tercio de cuerpo fuera. Esa parte estaba húmeda porque había lloviznado de madrugada. El plástico que envuelve el periódico también lo estaba. No le di mayor importancia. Llegué a la puerta del depa fatigado, como siempre. Caminé hasta el dormitorio pensando en el baño. La deliciosa sensación de evacuación se hacía imparable. Saqué el diario y empecé a buscar afanoso la revista de los sábados, por la que incluí los fines de semana en la suscripción. No estaba. Sólo un par de catálogos. La revista no estaba. Mi sistema canceló de pronto la entrega de desperdicios.

Salí del depa y bajé lentamente, examinando imposibles rincones en las escaleras. Llegué al punto donde encontré el diario. Nada. Pusé mis manos en la cintura y dejé mi cabeza inclinarse hacia adelante. Volví a subir decepcionado.

No es la primera vez que se extravían sobres o papeles que llegan al edificio desde que hay nuevos inquilinos en el primer piso. Es demasiado prematuro culparlos de la desaparición de la revista, pero los antecedentes ayudan en algo a incriminar. Pruebas no hay. Bien pudo el repartidos haber olvidado agregar la revista. Para tantear la posibilidad hice algo.

En la reja de entrada del edificio puse una nota pegada con cinta adhesiva. Señor repartidor, ayer sábado el diario llegó sin revista. Le agradeceré rectificar. La pegué pasada la medianoche. Me acosté pensando en ello. El domingo desperté, como alertado por la obsesión, a las 6:20 de la mañana. Me senté al borde de la cama aún envuelto en perezas. Me abotoné una chompa -la humedad era alta- y caminé hasta la ventana que da a la calle. Y vi al repartidor -increíble exactitud la mía- aún en las casas vecinas, dejando periódicos. Me restregué los ojos y decidí esperar a que dejara el periódico que me tocaba para observar su reacción ante la nota. Demoró pocos minutos. En realidad, los sentí eternos. Hasta que apareció apoyando su bicicleta en el poste que está frente al edificio. Sacó del montón de periódicos que tenía amarrados el mío. Lo hizo atravesar los barrotes de la reja y, cuando estaba dispuesto a soltarlo, con medio brazo dentro, se detuvo. La visera de su gorro apuntaba hacia la nota. La estaba leyendo. Esperé una reacción, que se rascara la cabeza, que se reacomodara el gorro pensando, preocupado, qué había pasado con esa revista. O, quizás, que la buscara apremiado entre los diarios que tenía en la bicicleta. Pero no. Leyó durante los segundos previstos y luego la visera retomó la dirección anterior para aventar el periódico lo más lejos que pudo. Después, se subió a su bicicleta y prosiguió su camino.

Ahora no sé qué hacer. Espero con poca fe que, en el periódico de hoy martes, el repartidor haya puesto la revista, o que los del primer piso, luego de leerla, toda manoseada, la hayan colocado donde, por lo general, cae el diario cuando lo dejan, aunque esto último no pasó ni domingo ni lunes. No sé, en verdad que no. Aunque... alguna pista tiene que haber. Alguna.