12.12.05

SÁBADO

Abrió el día con sol. Espléndido, demostró que sus rayos lo pueden atravesar todo. Uno de ellos dibujaba una línea gruesa y brillante en la puerta del ropero. Hagamos como que no lo hemos visto entrar aún, le dije a ella, para ver si se va. Vano intento. No se movió. Intentar reconciliarse con el sueño nos dio vergüenza. Él estaba ahí, mirándonos, acusándonos. Ella se levantó y, luego de algunos ejercicios, se metió a la ducha. Yo fui a la cocina a prepararle el desayuno.

Después de que ella salió a trabajar, yo me reencontré con la escoba, el recogedor y, oh gran compañero, el polvo acumulado de varios días. Lo hice “polvo”. El encuentro demoró algunas horas, ya que me valí no sólo de la escoba, sino de mi colección de trapos -ex polos, sábanas y medias- para recorrer la mesa del comedor, sillas y las ventanas. Como esperábamos una visita, el almuerzo había sido preparado la noche anterior. Ají de gallina a la “ella”. Pero faltaba aún sancochar papas, huevos y preparar el arroz. De eso me encargué mientras desenterraba la casa. Además, y como para amenizar, me bajé algunas canciones.

A la 1 p.m. ya estaba bañado y cambiado, con todo listo para servir y esperándola con alevosía y premeditación. Miraba T.V. Vi el primer trailer de X Men 3, que imagino en cartelera aún dentro de varios meses, y que me ha dejado ansioso. Después, mucho después, ella llegó. Andaba atemorizado de que la invitada, una amiga suya, llegara antes. ¿De qué le iba a hablar? No tenía tema, no tenía ganas de afrontar una charla de antesala. Pero no apareció hasta una hora después. No comimos, por lo tanto, hasta que ella estuvo, con la protesta escandalizada de nuestros estómagos que, a través de los ombligos, olfateaban rabiosos el ají de gallina. Cuando la invitada llegó, yo ya había empezado.

¿Y para qué llegaba? Ella quería su ayuda profesional –la amiga es arquitecta- ya que se iba para Villa El Salvador tras el mueble perfecto que necesita el estudio –mini estudio-. Y como a mí perseguir muebles no me gusta, seamos claros, me busqué otro destino: la Feria del Libro Ricardo Palma en Miraflores. Fui con 50 soles en el bolsillo, de los que podía gastar hasta 40. Demoré dos horas en hacerme una lista de alternativas, todas de acuerdo al precio que podía pagar: Sueños Digitales de Edmundo Paz Soldán, a 40 soles; Pastoral Americana de Philip Roth, en una edición a 25 soles nada más; ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? y Catedral, ambas de Raymond Carver, a un promedio de 35 soles; y la que al final me llevé, La Hora Azul de Alonso Cueto, novela que ganó recién el premio Herralde, a 32 soles. No es que me arrepienta, porque aún no he leído la novela y, además, sigo a Cueto hace tiempo, pero creo que debí llevarme Pastoral Americana.

Cerramos el día con pizza. Una Súper Suprema grande en una oferta que incluía una Pepsi de litro, sólo delivery. Mientras ella decoraba el árbol de navidad, que yo armé a mitad de semana, me dediqué a leer el periódico y ver televisión. Terminó pasada la medianoche. Yo, algunos minutos después.